sábado, 29 de mayo de 2010

Good Morning, Madrid


Un leve aroma afrutado se movía por la casa. Era él, el más viejo de todos los inquilinos. Como cada día la cafetera ya humeaba cuando me levanté. Él me recibía con su sonrisa arrugada. Decía que le encantaba desayunar con
migo, que desde que me trasladé a esa deslucida casa, recuerdo de lo que fue en una época, la oscuridad había dado paso a la luz y los colores. Y a mí me gustaba desayunar con él.
La vieja silla con ruedas le tenía secuestrado desde hacía muchos años, pero él nunca perdió la luz en los ojos, hasta ese día. Cuando llegué a la cocina ahí estaba él. Sentado, en paz, sin vida.

Andrés Calamaro - Los divinos

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