La
gente entraba y salía. Nadie me daba ninguna explicación. Mientras
tanto, ahí estaba yo. Sentada. Comía helado de litro de vainilla
con pequeños trocitos de galleta directamente del bote. Vainilla
y cookies.
La
acción de la habitación era rápida. Creo que no conocía a la
mayoría de las personas que entraban y salían sin saludar. No
recuerdo qué hora era. ¿Las cuatro? Tal vez las cinco de la
madrugada. Había sido un día largo. Y duro.
Esa
misma tarde me habías dicho que me odiabas. Que mi vida era una
simple sucesión de acontecimientos que no nos llevaban a ningún
lugar. Te odio. Que te
jodan.